Conferencia presentada por Bilal Atkinson en la Reunión Anual del año 2005 celebrada en el Reino Unido.
El tema de mi discurso de hoy trata de la vida doméstica del Santo Profeta, haciendo hincapié sobre la naturaleza de las relaciones con sus esposas y la bondad que siempre mostró hacia todas ellas. Sin embargo, antes de comenzar esta maravillosa historia, una historia de amor, bondad y respeto, quiero presentar alguna información biográfica sobre quien eran sus mujeres y en qué circunstancias llegó a casarse con ellas.
El Corán dice:
“¡O Profeta ¡ Te hemos hecho lícitas tus esposas, cuyas dotes has pagado, las que posee tu mano derecha de entre aquellas que Al-lah te ha dado como ganancia de guerra, las hijas de tu tío paterno, las hijas de tus tías paternas, las hijas de tu tío materno, las hijas de tus tías maternas que han emigrado contigo y cualquier otra mujer creyente si se ofrece en matrimonio al Profeta, con la condición de que el Profeta desee casarse con ella: Esto es sólo para ti, y no para otros creyentes – ya hemos dado a conocer lo que les hemos ordenado a ellos en cuanto a sus esposas y a las que poseen sus manos derechas – para que no haya dificultad para ti en el cumplimiento de tu tarea. Pues Al-lah es el Sumo Indulgente, Misericordioso.” (Al Ahzab. 33.51)
Este versículo del Sagrado Corán hace referencia a las tres clases de mujeres con las que el Santo Profeta (sa)* podría casarse, además de sus esposas existentes. Mujeres capturadas en el curso de las guerras en contra del Islam. Mujeres que habían emigrado a Medina con el Santo Profeta (sa)* y mujeres que se le ofrecieran en matrimonio. Este permiso especial es una indicación de que, lejos de buscar la gratificación sensual, como le han acusado adversarios ignorantes o maliciosos, sus motivos eran puros. Las que hubieron abandonado sus hogares por el Islam, y aquellas hechas viudas porque sus maridos habían muerto en defensa del Islam o incluso en contra, tenían un derecho especial para disfrutar de la bondad, generosidad y consideración del Santo Profeta. Fueron estos factores los que influyeron en el Santo Profeta cuando se casó con la mayoría de sus esposas.
El Santo Profeta tenía veinticinco años de edad cuando se casó con Jadiyyah que tenía cuarenta años, que había quedado viuda dos veces y que tenía sus propios hijos. Al tomar su decisión, el Santo Profeta se sintió probablemente influido, ante todo, por el trato amable que recibió de ella cuando trabajó a su servicio, y la buena impresión que recibió sobre sus otras cualidades. Tal era la confianza, afecto y respeto que Jadiyyah sintió por su marido que puso inmediatamente todos sus recursos en sus manos y él distribuyó la mayor parte de sus bienes y propiedad entre los pobres y necesitados. También liberó a todos sus esclavos.
De esta manera eligió una vida de pobreza para sí y para su mujer, y dice mucho del afecto profundo que Jadiyya sentía hacia su marido y su noble carácter, el hecho de que aceptara su decisión con agrado.
El matrimonio, a pesar de las diferencias de edad y de riquezas entre ellos, resultó ser muy feliz. Jadiyyah dio a luz varios hijos de Mohammad (sa)*; de los cuales los dos hijos varones murieron a edad temprana. Pero sus cuatro hijas se hicieron adultas y se casaron. Cuando estaba en casa Mohammad se ocupaba, como era su costumbre, de las tareas del hogar y del cuidado de su esposa e hijos.
Mohammad era un marido cariñoso y afectuoso, y mostró siempre una tierna consideración para Jadiyya: ella por su parte sentía tanta devoción hacia su esposo que, cuando, después de quince años de matrimonio, él recibió la llamada divina, ella no dudó ni un instante de él y durante los diez años de matrimonio que siguieron, fue su constante fuente de apoyo y consuelo. Muchos años más tarde, Mohammad (sa
[i] ) solía recordar este periodo de su vida con nostalgia. Y se conoce un incidente conmovedor que nos hace entender el amor que existía entre Mohammad y su primera esposa. Aisha (esposa del Profeta) relata que, varios años después del fallecimiento de Jadiyya en cierta ocasión se encontraba a solas con el Santo Profeta en una habitación, cuando alguien llamó a la puerta y pidió permiso para entrar. En ese momento Aisha observó que Mohammad se volvía repentinamente pálido. La razón de su reacción se reveló en seguida. La persona que había llamado era una hermana menor de Jadiyya que se parecía mucho a su hermana mayor en el tono de voz y en su manera de hablar. Durante un instante el Santo Profeta creyó haber oído la voz de su querida mujer y sufrió una punzada de dolor.
Durante veinticinco años, y hallándose en la flor de su vida, el Santo Profeta vivió con Jadiyya un matrimonio estrictamente monógamo y durante estos años él fue un marido fiel y cariñoso. Solamente después de su muerte, cuando ya tenía más de cincuenta años de edad y tenía ante sí la inmensa tarea de predicar y extender el mensaje de Dios entre la humanidad, volvió a casarse más de una vez. Durante la última fase de su vida, después de la muerte de su querida esposa Jadiyya, el Santo Profeta se casó once veces a lo largo de los años.
Después de la muerte de Jadiyya, el Santo Profeta (sa)* se casó con Hazrat Saudah, una viuda piadosa de avanzada edad. Se casó con las demás mujeres entre 2 y 7 años después de la emigración a Medina. Se trataba de un periodo crítico en que su propia vida estaba amenazada y prácticamente no tenía descanso ya que debía luchar para defender la supervivencia de su comunidad que estaba pendiente de un hilo.
El Santo Profeta (sa)* también se casó con Hadhrat Aisha, la hija de su amigo más íntimo, Hadhrat Abu Bakr. El hecho de que ella fuese muy joven cuando se casaron y que viviese hasta una edad avanzada, significaba que se trataba de una persona que conoció íntimamente al Santo Profeta y que vivió en una época durante la cual se hicieron esfuerzos muy concienzudos por recopilar información biográfica sobre el Santo Profeta. Gracias a Aisha tenemos una gran cantidad de información fiable y detallada sobre el carácter y la forma de ser del fundador del Islam.
Mohammad (sa)* se casó con Hafsah, cuyo marido había muerto en la batalla de Badr, y con Zainab bint Khuzaymah, cuyo marido, Ubaydah ibn al-Harith había muerto en la batalla de Uhud. Zainab era, además, hija del jefe de la tribu beduina de Amir, por lo que el matrimonio sirvió para forjar una alianza política. Se casó con Umm Salamah, que después de la muerte de su marido un compañero muy querido del Santo Profeta, había quedado viuda y con varios hijos. Cuando el Santo Profeta se casó con Juwairiyah, cientos de familias del Bani Mustaliq fueron puestas en libertad por los musulmanes. Con su matrimonio con Hadhrat Zafia, superó otro conflicto tribal y de esta manera dio otro paso hacia la eliminación de las crónicas hostilidades existentes entre las tribus en la Arabia de su época. Cinco años después de la migración, se casó con Zainab bint Jahsh, la mujer que se divorció de Zaid, porque quería ayudar a esta noble dama a superar la sensación de vergüenza que sufría después del divorcio que ella misma había solicitado. Las circunstancias de su matrimonio con Zainab han causado cierta polémica a lo largo de los siglos y la interpretación de los hechos varía desde lo más vil hasta lo más piadoso. (Nota) Pero lo que no se puede discutir es que el Santo Profeta eligió honrar a una mujer divorciada, enseñando así al mundo musulmán a respetar a las mujeres divorciadas, tanto o más que a las demás. También se casó con Umm Habibah, la hija de Abu Sufyan, que había enviudado durante el exilio en Abisinia.
Se sabe también que otra mujer viuda, llamada Maimunah, se propuso en matrimonio al Santo Profeta, quien la aceptó con agrado, sobre todo, por las aportaciones que ella hizo a favor de la formación y educación de las mujeres musulmanas. Por ultimo, se casó con Mariah siete años después de la emigración, elevando así a una esclava liberada a un rango muy superior, pues quedó incluida así en la categoría denominada por el Corán de ‘madre de los fieles’ y al mismo tiempo dando otro golpe mortal a la institución de esclavitud.
Los más acérrimos críticos del Islam han intentado a veces argumentar que el hecho de tener tantas esposas cuando ya tenía una edad avanzada es prueba de que existía un lado licencioso en su carácter que el no quería reconocer, por lo que inventó toda una serie de revelaciones divinas con la finalidad de justificar sus acciones. Pero ninguno de los escritores no musulmanes serios comparte este punto de vista. En primer lugar, porque sus largos y profundamente felices años de matrimonio monógamo con su esposa Jadiyya, ocuparon todos sus años de juventud. En segundo lugar, la mayoría de las mujeres con las que contrajo matrimonio en sus últimos años ni eran jóvenes ni eran mujeres que no hubiesen estado casadas con anterioridad. En tercer lugar, porque en cada uno de estos casos distinguimos claramente las razones sociales o políticas subyacentes encaminadas a unificar a las tribus de Arabia y a demostrar importantes principios al mundo islámico.
Un importante suceso referido a Aisha nos revela mucho sobre el tipo de relación que el Santo Profeta mantenía con sus esposas.
Una mañana, en enero del año 627 hallándose Aisha de viaje con un grupo de personas, se alejó ésta del grupo por unos momentos, y al regresar, descubrió que todos los demás se habían ido ya. Y sabiendo que pronto regresarían para recogerla, Aisha decidió esperar. Al poco tiempo apareció Safwan ibn al Muattal, que se había quedado rezagado. Aisha se cubrió con el velo rápidamente y él la subió a lomos de su propio camello. No habiéndose percatado de su ausencia todavía, cuando Aisha llegó de improviso con Safwan, comenzaron las habladurías.
A raíz de este incidente, aparentemente trivial, los hipócritas que querían dañar la posición del Santo Profeta y fomentar las hostilidades de las tribus en contra de los Emigrantes, empezaron a hacer correr rumores incitando a pensar que podía haber existido un acto de adulterio por parte de Aisha. El Santo Profeta se hallaba en una difícil y delicada situación, y el desconcierto que sufrió es evidente porque durante varios días no supo como resolver la situación. Aunque rara vez se equivocaba, sufría como cualquier otro ser humano a la hora de tomar sus decisiones. Consultó a varios de sus seguidores y, como era su costumbre, a sus mujeres. Este incidente nos proporciona un ejemplo que muestra que la relación con sus mujeres no era, en absoluto, autoritaria. Las consultaba a menudo y siempre escuchaba con respeto y paciencia lo que ellas tenían que decirle. Es posible que dudase en expresar su confianza en Aisha directamente por temor de que esto, sin más, no servirse para acallar definitivamente las difamaciones contra ella. Aisha, por su parte, se hallaba profundamente entristecida.
Karen Armstrong relata la última parte del incidente de esta manera. Con las tensiones y el malestar creciendo y con ninguna salida aparente para la crisis, “el Santo Profeta (sa)* se encaró con la propia Aisha. Llevaba dos días llorando y sus padres no habían podido hacer nada para calmarla. Umm Ruman, su madre, se limitó a decirle que todas las mujeres bellas podían esperar problemas de este tipo, mientras Abu Bakú no sabía que pensar y le aconsejó que volviera a su celda en la mezquita. Cuando llegó el Santo Profeta (sa)* los padres de Aisha estaban con ella y los tres lloraban con amargura, pero las lagrimas de Aisha se secaron como por arte de magia cuando apareció el Profeta. Mohammad (sa)* la instó a confesar su pecado con honestidad: si era culpable, Dios la perdonaría. Con gran dignidad, aquella muchacha de catorce años miró fijadamente a su esposo y a sus padres mientras respondía. Hablar no tenía sentido, dijo. Nunca admitiría algo que no había hecho y, si protestaba por su inocencia nadie la creería. Sólo le quedaba emular a aquel patriarca del Corán – cuyo nombre se afanó en recordar sin conseguirlo – que era el padre de José y que había dicho: “Mi deber es dar muestras de digna paciencia, y debo implorar la ayuda de Dios contra lo que vosotros contáis.” Tras acabar de hablar, se fue en silencio y se tendió en su lecho.
Estas palabras debieron convencer a Mohammad (sa)* porque cuando Aisha acabó de hablar cayó en el trance que solía acompañar a las revelaciones: se desvaneció y, pese a que era un día frío, comenzó a sudar copiosamente. Abu Bakr le puso un almohadón de cuero bajo la cabeza y lo cubrió con un manto, mientras él y Umm Ruman esperaban atemorizados las palabras de Dios. Sin embargo, Aisha, quien corría grave peligro, mantuvo la calma con gran frialdad: estaba segura que Dios no le trataría injustamente. Por último, Mohammad volvió en sí: “Buenas noticias Aisha! “, gritó. “Dios ha hablado sobre tu inocencia.” Con gran alivio, sus padres la instaron a levantarse y dirigirse hasta Mohammad. Pero Aisha respondió: “Ni me dirigiré a él ni le daré mis gracias. Ni os las daré a vosotros dos, porque escuchasteis la difamación y no la negasteis. Me levantaré para dar gracias sólo a Al-lah.”
Karen Armstrong concluye con el siguiente comentario: “Este incidente demostró que Aisha se había convertido en una mujer orgullosa e indómita, a la que Mohammad volvió a tratar con enorme afecto. Su forma tan digna de comportarse pone de manifiesto la confianza que el Islam podía proporcionar a una mujer.”
Las palabras del versículo, antes citadas, “si se ofrece (en matrimonio) al Profeta,”se han entendido como una referencia específica a Maimunah, quien, según los hadices, planteó ella misma, la propuesta de su matrimonio. La frase, “esto es sólo para ti y no para otros creyentes.” significa que era un privilegio especial para el Santo Profeta (sa)* que se le había otorgado a causa de la naturaleza extraordinaria de sus deberes como Profeta. Es también posible que este versículo se revelara para despejar cualquier duda sobre el derecho del Santo Profeta a conservar junto a sí a sus esposas después de la revelación que limitaba a cuatro el número de esposas permitidas a los musulmanes.
El Corán dice:
“Y si teméis que la sociedad falle en hacer justicia en asuntos referentes a los huérfanos al finalizar la guerra, entonces casaros con mujeres de vuestra elección, dos, tres o cuatro; pero si teméis no poder mantener la equidad, casaros sólo con una, o con lo que posea vuestra diestra. Éste es el camino más seguro para que evitéis la injusticia” (Sura Al Nisa 4.4.)
En el Islám el objetivo principal del matrimonio es que todas las personas implicadas en él puedan vivir con un nivel máximo de justicia. El Islam no anima, en ningún momento, a una actitud lujuriosa y prohíbe cualquier comportamiento promiscuo. Cualquier musulmán que fracasa en mantener este nivel en su matrimonio, ya sea monógamo o polígamo, peca por adolecer de lo que de él se espera. En cuanto al trato para con las mujeres el Corán afirma:
“......convivid con ellas con benevolencia, pues si no os gustan, es posible que no os guste algo en lo Dios ha puesto un gran bien.”(Sura Al Nisa 4:20)
Estas palabras del Corán son muy breves pero resumen perfectamente el camino más eficaz para asegurar un matrimonio feliz. El énfasis está sobre el deber que tiene el hombre de proporcionar a su esposa un trato bondadoso y amable, y asegurar su sustento y su confort, de manera que los que le rodean admiren su comportamiento para con su mujer.
El Santo Profeta destacó que un hombre debe tener el hábito de siempre pasar por alto las pequeñas faltas de su esposa y no sólo darles más importancia que la que tienen, sino que debe tratar de ignorarlas. El Santo Profeta (sa)* dijo también: “Ningún creyente debe guardar rencor a su esposa por alguna imperfección suya, porque aunque tuviera alguna imperfección, también es cierto que tendrá otras características atractivas que le agradan.” (Muslim –Libro de Matrimonio)
Hay otro ‘hadiz’ que relata que el Santo Profeta (sa)* dijo una vez que nada complace más a Satán que una discusión entre hombre y mujer. Hizo hincapié en el deber del hombre igual que el de la mujer, de esforzarse siempre en mantener relaciones cordiales y respetuosas. Dijo:” Si un creyente pone un trozo de comida en la boca de su mujer por amor hacia ella, Allah le dará una recompensa, porque con esta acción la mujer se sentirá querida y valorada.” (Bujari y Muslim).
El Santo Profeta destacó a menudo el deber de un marido de tratar a su mujer con respeto y afecto. Afirmó que después de la fe en Dios, en Su Profeta y Su religión, Dios juzgará el comportamiento del hombre para con sus semejantes. El trato bondadoso hacia las esposas tiene una prioridad tan alta que el Santo profeta dijo, “El mejor entre vosotros es el que mejor trata a su esposa, y yo soy el mejor de vosotros en cuanto al trato que doy a mi familia.”
La convivencia entre las mujeres del Santo Profeta no estaba exenta de problemas. Existían celos, pequeñas discordias y roces entre ellas, y a veces el Santo profeta tenía que hacer todo lo posible para mantener la armonía familiar. Pero con la ayuda de Dios no sólo consiguió solucionar todos los problemas, sino también enseñó a su comunidad cómo crear y conservar relaciones cordiales y felices entre hombre y mujer. En su ejemplo encontramos reglas de oro y siguiendo estas reglas estaremos a salvo de cualquier forma de discordia matrimonial.
Desgraciadamente, las críticas occidentales contra el Islam se basan en el concepto erróneo del espíritu de bondad y justicia que el Islam intenta inculcar y que fue llevado a la práctica por el Santo Profeta.
Sir Muhammad Zafrullah Khan responde a estas críticas del siguiente modo: “desgraciadamente hay (hoy en día) muchos musulmanes que no llegan a cumplir las normas prescritas por el Islam (llevadas a la práctica de modo ejemplar por el Santo Profeta) en cuanto al matrimonio se refiere.......No es justo deducir que por los fallos matrimoniales de tales musulmanes, la culpa la tiene el Islam. Sería igual de injusto echar la culpa al Cristianismo por la inmoralidad extensa y perniciosa que muestran muchas personas de la sociedad occidental actual. El Islam insiste en la castidad y en el cumplimiento de los valores espirituales y morales dentro del matrimonio, en contra de la preferencia occidental, donde conviven la monogamia nominal junto con la promiscuidad generalizada.(Mohammad – Seal of the Prophets p61)
Pocos hombres han tratado a sus mujeres con tanta amabilidad y cortesía como lo hizo el Santo Profeta. Solía ayudar a sus mujeres en la realización de las tareas domésticas, tales como amasar el pan, traer el agua, hacer el fuego en el hogar, remendar su propia ropa y zapatos etc. Solía ordeñar a su propia cabra y atar a su propio camello. No consideraba que ninguna tarea fuera indigna para su condición. Él mismo solía hacer la compra, no solo para su propia casa sino también para sus vecinos y para los desamparados. Este aspecto de su carácter solía causar una profunda impresión entre sus compañeros.
Se dice que una vez el Santo Profeta hizo la siguiente afirmación: “El mejor de entre vosotros es aquél que muestra más cortesía hacia su esposa, el que mejor la trata; y cuanto mejor es el trato de un hombre hacia su mujer, más valor tiene a los ojos de Al-lah”.
Hay muchos hadices en los que vemos al Santo Profeta bromeando y riendo con sus mujeres, demostrando un fino sentido del humor. Aisha contó que después de volver de la batalla de Hunain, el Santo Profeta observó una cortina colgada por delante de una estantería en la pared. Una racha de viento descubrió que Aisha había puesto allí sus muñecas. El Profeta preguntó, “¿De quien son estas muñecas?” Ella contestó le que pertenecían a ella. Entre ellas había un caballo con alas y él preguntó, “¿Tienen alas los caballos?” Aisha contestó, “Bueno, pensaba que sabías que los caballos de Salomón tenían alas.” Y el Santo Profeta se rió alegremente.
Aisha también contó: “Una vez acompañé al Santo Profeta en uno de sus viajes. Por el camino hicimos un descanso y sintiéndonos de buen humor hicimos una pequeña carrera que gané yo. Algunos años más tarde cuando yo ya pesaba más, hicimos otra carrera que ganó él fácilmente, entonces me dijo,” ¡Ahora he saldado la deuda que tenía contigo!”
Otro incidente demuestra el grado de empatía que el Santo Profeta tenía hacia los hombres y las mujeres. En una ocasión concluyó la oración que lideraba, con una prisa poco usual en él. Cuando sus compañeros le preguntaron por la razón de la prisa, contestó que había oído el llanto de un bebe o un niño e imaginó que la madre estaría sufriendo y por esta razón no quería prolongar las plegarias.
Muchos de los compañeros del Santo Profeta que se habían educado en la sociedad pre-islámica, una sociedad profundamente machista, en que el trato despótico y autoritario para con las mujeres, por parte de los hombres, era prácticamente la norma, tuvieron muchos problemas en seguir su ejemplo en lo referente a la relación con sus mujeres. Hazrat Umar cuenta que: “De vez en cuando mi mujer pretendía intervenir en mis asuntos con alguna sugerencia o consejo. Pero yo solía reprenderla diciendo que los árabes nunca habían permitido a sus mujeres intervenir en sus asuntos. Entonces ella solía decirme, ‘Todo eso pertenece al pasado. El Santo Profeta permite a sus mujeres ofrecerle consejos, él no se niega a escucharles. ¿Porque no sigues tú su ejemplo?”
El Santo Profeta no sólo consultaba a sus compañeros sino que les animaba a pedir la opinión a sus mujeres. Durante las negociaciones del Tratado de Hudaibiya, un momento clave en la historia del Islam, el Santo Profeta se interesó en pedir opinión a su mujer Umm Salama. Ella le dio su consejo aunque sabiendo que el Santo Profeta no necesitaba su ayuda. De esta manera el Santo Profeta enseñó a los musulmanes de todos los tiempos y de todas las razas, que Dios había otorgado conocimiento y sabiduría no sólo a los hombres, sino también a las mujeres, y que por ello, nunca deberían excluirlas de la vida política, familiar o nacional.
El Santo Profeta mostró una y otra vez su preocupación por el bienestar de las mujeres. Siempre animaba a sus compañeros que se veían obligados a viajar, a terminar sin demora sus tareas y volver a casa lo más pronto posible para que sus mujeres no sufrieran la separación más tiempo del necesario. Cuando él regresaba de un viaje siempre procuraba llegar durante el día, y si encontraba que el sol ya se había puesto antes de que pudiera entrar en la ciudad, solía pasar la noche acampado y terminar su viaje al día siguiente. También enseñó a sus seguidores a no llegar de repente a casa después de un viaje, sin a avisar a su familia de su regreso inminente.
Una vez, Hazrat Safiyah, una de las mujeres del Santo Profeta, viajaba con su él. Solía envolverse en una tela y sentarse detrás de él sobre el lomo del camello. Cuando tenía que montar, el Santo Profeta solía ofrecerle su rodilla como peldaño. En esta ocasión, el camello resbaló y ambos cayeron al suelo. Un compañero, Abu Talha, se dirigió corriendo hacia el Santo Profeta para ofrecerle su ayuda, pero el Santo Profeta le indicó que socorriera primero a su mujer.
En otra ocasión el Santo Profeta se encontraba de viaje acompañado por algunas de sus mujeres. En un momento dado, los que conducían los camellos, percibiendo que iban retrasados, empezaron a arrear a los animales para fuesen más rápidos. Pero el Santo Profeta les hizo la siguiente advertencia, ‘¡Cuidado con el cristal!” con lo que quería indicarles que deberían tener el debido respeto por la comodidad de las mujeres.
Resulta evidente por las narraciones de los hadices que la convivencia entre las mujeres del Santo Profeta no estaban exentas de pequeños roces causados por celos o rivalidades. El Santo Profeta trataba estas diferencias con tanto tacto y delicadeza que se llegaba a una solución satisfactoria para todos los implicados y sin herir los sentimientos de ninguna de las partes.
En una ocasión se encontraba Hazrat Safiyah llorando y el Santo Profeta le preguntó por la causa de su tristeza. Safiyah contestó, ‘Hafsah me dijo que yo era la hija de un judío.’ Entonces el Santo Profeta instó a Hafsah a que tuviera temor a Al-lah y dijo a Safiyah,’ Eres hija de un profeta. Tu tío también era profeta. Eres la mujer de un profeta. ¿Qué ventaja puede tener Hafsah sobre ti?’ En lo que es probablemente otra versión de la misma historia Aisha y Hafsah se dirigen a Safiyah diciendo que ellas eran superiores a ella porque eran no sólo mujeres del Santo Profeta sino también sus primas. Safiyah se sintió ofendida por este comentario y se quejó ante el Santo Profeta. Él contestó, ‘¿Porque no dijiste que estás emparentada con tres profetas de Dios? El Profeta Mohammad es mi marido, el profeta Aarón era mi padre, y el Profeta Moisés era mi tío.
Hay hadices que indican que en algunas ocasiones, Aisha y otras mujeres del Santo Profeta se enfadaron con él pero no consta que él reaccionara de la misma manera ni siquiera una vez. El nunca se dirigió a ellas con tono severo como suelen hacen algunos hombres. Si en alguna ocasión una de ellas faltaba al debido respeto a su persona, él solía simplemente sonreír y dejar pasar el asunto. Un día le dijo a Aisha, “Aisha, cuando no estas contenta conmigo siempre me doy cuenta.” Aisha le preguntó, “¿Cómo es eso?” Él dijo, “Cuando estamos hablando y estas contenta conmigo y haces referencia a Dios, le llamas ‘El Señor de Mohammad’. Pero si no estas contenta conmigo le llamas ‘El Señor de Abraham`”
Muawiya al Qushairi relata: “Pregunté al Santo Profeta sobre mis obligaciones para con mi mujer y él me contestó. `Aliméntala con lo que Dios te concede a ti, vístela con lo que Dios te concede a ti y no la castigues ni abuses de ella, ni la eches de tu casa.”
El Santo profeta siempre trataba a sus mujeres con igualdad y amabilidad. Puede que parezca imposible tratar a nueve esposas de forma igual y tal vez el Santo Profeta mismo era consciente de la dificultad de su tarea. Según un Dais que se halla incluido en el libro de Ibn Hanbal, titulado “Musnad”, que reúne información proporcionada por Aisha, el Santo Profeta “solía repartir su tiempo equitativamente entre sus mujeres y luego solía rezar. “¡Oh Dios! Estoy haciendo todo lo que puedo, así que no me hagas culpable de algo que esta solamente en Tu poder y no en el mío.” Tal era su éxito en este sentido que cada una de ellas se sentía la más querida. El nunca les daba joyas o ropa fina, pero tenía un corazón tierno y lleno de amor. Ser mujer del Santo Profeta significaba tener que hacer este sacrificio y llevar la vida de una persona pobre. Todas ellas recibieron por medio de la revelación del Sagrado Corán la siguiente elección:
“¡O Profeta! Di a tus esposas.”Si deseáis la vida de este mundo y sus adornos, venid pues; os proveeré y os liberaré de manera decorosa.
Pero si deseáis a Al-lah y a Su Mensajero y la Morada del Más Allá, entonces sabed que Al-lah en verdad ha preparado una gran recompensa para aquellas de vosotras que practiquen el
Bien.” (33.29-30)
Este versículo se reveló durante la etapa en que los musulmanes ya habían conquistado la rica zona agrícola de Khaybar y la comunidad era ya más prospera. Pero mientras la vida para la mayoría había mejorado, la vida en el hogar del Santo Profeta seguía siendo muy sencilla y carente de comodidades innecesarias. Dado que las circunstancias de la comunidad habían cambiado, era completamente comprensible que sus mujeres añoraran compartir las pequeñas riquezas que las demás mujeres musulmanas ya disfrutaban. Pero si el Santo Profeta hubiera accedido a estos deseos, habría entrado en conflicto con el principio que observó durante toda su vida: el nivel de vida del Profeta no debía ser más alto que el nivel económico del más pobre de los creyentes. Inmediatamente después de esta revelación, el Santo profeta recitó los versículos citados a sus mujeres y todas ellas rechazaron tajantemente la idea de una posible separación y declararon que su elección era: “Dios y Su Apóstol y el bien del más allá”
Hazrat Aisha ha contado que su marido comentó muchas veces, “el mejor de vosotros es aquel que trata bien a su mujer, y las mujeres son como rosas bellas.” Según Abdullah bin Umar, el Santo Profeta declaró: “se puede hacer uso de todo lo bueno en este mundo y lo mejor de este mundo es una mujer virtuosa.”
En otro hadiz Hazrat Aisha relata: “En una ocasión estaba yo trabajando con el torno de hilar y el Santo Profeta se hallaba sentado cerca de mí, remendando sus zapatos. Observé que en su frente habían algunas gotas de sudor que parecían emitir una luz cuya intensidad se incrementaba mientras yo miraba. Sentí un profundo asombro y el Santo Profeta levantó su mirada y dirigiéndose a mí me preguntó,”O Aisha, ¿porque estás tan asombrada?” Yo le contesté, “O Profeta de Al-lah, en las gotas de sudor que tienes en la frente veo una luz bella y chispeante. Por Dios, si el poeta Abu Kabeer Hazli te hubiese visto, sus versos encajarían perfectamente con tu descripción. El Santo Profeta me preguntó, “¿recuerdas los versículos?” Le conteste afirmativamente y le recité el siguiente pareado:
“El está libre de las impurezas del periodo de nacimiento y de la lactancia; Y si miráis su rostro resplandeciente observareis un haz de luz radiante y luminoso jugueteando sobre él.”
Al escuchar esto el Santo Profeta dejó caer lo que llevaba en la mano, se acercó a mí y me besó sobre la frente diciendo, “La visión de las gotas en mi frente te han encantado, pero creo que el placer que tus palabras me han dado, ha sido aún mayor.”
Hay muchos ejemplos más del amor y devoción del Santo Profeta por sus mujeres. Se puede mencionar el ejemplo de Maymunah. Ella conoció al Profeta por primera vez en una tienda del desierto. La memoria de este encuentro se convirtió en un auténtico tesoro para ella. Esto no habría ocurrido si hubiera tenido algún mal recuerdo de su trato. Si hubiese habido algo vulgar en sus relaciones o si el santo Profeta hubiese demostrado alguna preferencia por la compañía de sus otras mujeres por ser más bellas, entonces habría olvidado este breve periodo de su larga vida. Ella murió a una avanzada edad pero mantuvo viva siempre la memoria de su matrimonio con el Santo Profeta.
Al final de su larga vida cuando su existencia se acercaba ya a su fin, en el momento en el que los placeres mundanos ya se habían borrado prácticamente de su memoria y solo aquellas cosas con un valor y virtud verdadera son capaces de emocionar al corazón, pidió ser sepultada a una distancia de un día de viaje de Medina, en el mismo lugar donde había conocido su marido por primera vez. El mundo conoce muchas historias de amor, de ficción y de verdad, pero pocas conmueven tanto como esta.
Incluso durante sus últimos días cuando el Santo Profeta sufría de fiebre y debilidad, trató a sus mujeres con la misma bondad y sensibilidad de siempre. Con el consentimiento de las demás esposas, permaneció en el cuarto de Aisha durante la última etapa de su enfermedad, porque ya no tenía fuerzas para seguir visitando a cada una como era su costumbre. Todas estuvieron de acuerdo y pasó sus últimos días en la habitación de Aisha.
El Santo Profeta trató a todas las personas de su hogar con una amabilidad incontestable. Nunca olvidó a su primera mujer Jadiyya que fue la primera persona en reconocerlo como Profeta. Fue un marido fiel y un padre amante de sus hijos. Pero sobre todo fue un siervo de Dios. Cada miembro de su hogar siguió su ejemplo fielmente. Se negaron a sí mismos todos los lujos de este mundo y compartieron la vida espartana del Profeta. Cuando falleció no dejó ni propiedades, ni oro, ni siquiera dinero para su familia, pero les dejo una llave de valor incalculable que abría las puertas del paraíso: las enseñanzas Islámicas.
El trato bondadoso del Santo Profeta hacia sus mujeres es un ejemplo de inestimable valor que cada hombre debería seguir. Demuestra que la emancipación de la mujer no es un fenómeno del siglo veinte sino que comenzó con el advenimiento del Santo Profeta y la religión Islámica otorgada a la humanidad por Dios Todopoderoso.