Indudablemente, los hijos son una fuente de gran alegría y deleite, pues hacen la vida más dulce, traen más rizq (sustento) en la vida de una familia y dan esperanza. Un padre ve a sus hijos como una futura fuente de ayuda y apoyo, un aumento en el número de miembros, y la perpetuación de la familia. Una madre ve a sus hijos como una fuente de esperanza, consolidación, alegría en la vida, y como una esperanza para el futuro. Todas estas esperanzas descansan en la buena educación de los hijos, y en darles una preparación íntegra para la vida, para que se conviertan en elementos activos y constructivos dentro de la sociedad, una fuente de bienaventuranza para sus padres, su comunidad y la sociedad en su conjunto. Sólo así ellos serán como Allah los describió:
[Los bienes y los hijos son parte de los encantos de la vida mundanal...] (18:46)
Si su educación y crianza son desatendidas, ellos se volverán de mal carácter, y serán una carga para su familia, su comunidad y la sociedad en su conjunto.
Ella comprende la gran responsabilidad que tiene para con sus hijos
La mujer musulmana nunca olvida que la responsabilidad de la madre de educar a los niños y formar su carácter es mayor que la del padre, porque los hijos tienden a estar más cerca de su madre. Ella conoce todo sobre el desarrollo de su conducta emocional e intelectual durante su infancia y los años difíciles de la adolescencia.
Por esa razón, la mujer que comprende las enseñanzas del Islam y su propio papel educacional en la vida, conoce su absoluta responsabilidad en la crianza de sus hijos, como lo refiere el Corán en la siguiente aleya:
[¡Oh, creyentes! Guardaos a vosotros mismos y a vuestras familias del Fuego, cuyo combustible serán los hombres y las piedras...] (66:6)
El Profeta , también se refirió a esta responsabilidad en su Hadîz:
"Cada uno de vosotros es un pastor y cada uno es responsable de su rebaño. El líder es un pastor, y es responsable de su rebaño; un hombre es el pastor de su familia, y es responsable de su rebaño; una mujer es la pastora en la casa de su marido y es responsable de su rebaño; un siervo es el pastor de la riqueza de su amo, y es responsable de la misma. Cada uno de vosotros es un pastor y es responsable de su rebaño".1
El Islam coloca la responsabilidad sobre los hombros de cada individuo, nadie queda fuera. Los padres - especialmente las madres - son responsables de proporcionar a sus hijos una sólida formación y una educación islámica integral, basada en las nobles características que el Profeta declaró que había sido enviado para completar y difundir entre la gente: "Yo solamente he sido enviado para completar el comportamiento recto".2
Nada es más sugestivo de la grandeza de la responsabilidad de los padres hacia sus hijos y su deber de otorgarles una educación islámica adecuada que el veredicto de los ‘ulamâ', por el cual toda familia debe prestar atención a las palabras del Profeta :
"Instruid a vuestros hijos en la oración cuando tengan siete años, y reprendedlos si no lo hacen a los diez."3
Cualquier padre consciente de este Hadîz pero que no enseña a sus hijos a orar cuando llegan a los siete años, ni les reprende si no lo hacen cuando llegan a los diez, son padres pecadores y están faltando a su deber; ellos serán responsables ante Allah por su fracaso.
El hogar de familia es el microcosmos de la sociedad en el cual se forma la mentalidad, el intelecto, las actitudes e inclinaciones de los niños cuando todavía son muy pequeños y están predispuestos a captar las íntegras palabras de guía. De ahí que el importante rol de los padres en la formación de las mentes de sus hijos e hijas para dirigirlos hacia la verdad y las buenas obras se torne algo bastante claro.
La mujer musulmana comprende su responsabilidad en la crianza de sus hijos, y tiene un brillante récord en producir e influenciar a grandes hombres, además de infundir nobles valores en sus corazones. No hay prueba mayor de esta afirmación que el hecho de que mujeres inteligentes y brillantes han engendrado más hijos nobles que los hombres brillantes e inteligentes, tantos que difícilmente se encuentre alguno entre los grandes hombres de nuestra Ummah que controlaron el curso de los acontecimientos en la historia que no estuvieran en deuda con su madre.
Az Zubair Ibn Al ‘Auâm estuvo en deuda por su grandeza con su madre Safiiah Bint ‘Abd Al Muttalib, quien infundió en él sus buenas cualidades y su distinguida naturaleza.
‘Abudllah, Al Mundhir y ‘Uruah, los hijos de Az Zubair, fueron producto de los valores infundidos por su madre Asmâ' Bint Abî Bakr, y cada uno de ellos dejó su huella en la historia y alcanzó un elevado status.
‘Ali Ibn Abî Tâlib recibió sabiduría, virtudes y buen carácter de su distinguida madre Fâtimah Bint Asad.
‘Abdullah Ibn Ya‘far, el maestro de la generosidad árabe y el más noble de sus líderes perdió a su padre a temprana edad. No obstante, su madre Asmâ' Bint ‘Umais cuidó de él y le transmitió las virtudes y nobles características, en virtud de lo cual, ella misma, se convirtió en una de las grandes mujeres del Islam.
Mu‘âuiah Ibn Abî Sufiân heredó la fuerza de carácter y la inteligencia de su madre, Hind Bint ‘Utbah, no así de su padre, Abû Sufiân. Cuando era una niña, ella advirtió que su hijo tenía características inteligentes y sobresalientes. Alguien le dijo lo siguiente: "Si él vive, llegará a ser líder de su pueblo". Ella respondió: "¡Qué no viva si sólo llega a ser líder de su pueblo!"
Mu‘âuiah, en cambio, fue incapaz de infundir su inteligencia, paciencia y habilidades en su propio hijo y heredero, Iazîd, debido a que la madre del niño era una mujer beduina simple con la cual se había casado sólo por su belleza y el rango de su tribu y familia.
El hermano de Mu‘âuiah, Ziâd Ibn Abî Sufiân, quien fue un excelente ejemplo de inteligencia, astucia y perspicacia, fue similarmente incapaz de transmitir estas cualidades a su hijo ‘Ubaidullah, quien llegó a ser un gobernante torpe, impotente e ignorante. Su madre Maryânah fue una mujer que no poseía ninguno de las virtudes que pudieran darle derecho a ser la madre de un gran hombre.
La historia registra los nombres de dos grandes hombres de Banû Umaiiah: el primero fue conocido por su fortaleza de carácter, capacidad, inteligencia, sabiduría y resolución. El segundo tomó el sendero de la justicia, bondad, piedad y rectitud.
El primero era ‘Abd Al Mâlik Ibn Maruân, cuya madre fue ‘Â'ishah Bint Al Mugîrah Ibn Abî Al ‘Âs Ibn Umaiiah, muy reconocida por la fortaleza de su carácter, determinación e inteligencia. El segundo era ‘Umar Ibn ‘Abd Al ‘Azîz , el quinto de los Julafâ' Ar Râshidûn, cuya madre fue Umm ‘Âsim Bint ‘Âsim Ibn ‘Umar Ibn Al Jattâb, la de carácter más noble entre las mujeres de su tiempo. Su madre fue la honrada devota de Allah , a quien ‘Âsim había visto como una mujer honesta y digna de confianza, y que claramente seguía el sendero recto. Anteriormente ya hemos visto que rehusó añadir agua a la leche, tal como su madre le había dicho, porque sabía que Allah podía percatarse de ello.
Si nos volvemos hacia Andalucía, encontraremos al brillante y ambicioso gobernante, ‘Abd Ar Rahmân An Nâsir, quien habiendo comenzado su vida como un huérfano, procedió a establecer un estado islámico en Occidente, al cual los líderes y reyes de Europa se rendían y en cuyos institutos de enseñanza los eruditos y filósofos de todas las naciones venían a buscar conocimiento. Este gran estado hizo una gran contribución a la cultura islámica mundial. Si examináramos dónde reside el secreto de la grandeza de este hombre, encontraríamos que yace en la grandeza de su madre quien supo cómo infundirle el espíritu dinámico de la ambición.
Durante el período de los Banû ‘Abbâs (Abasíes), existían dos grandes mujeres, quienes implantaron las semillas de la ambición, la distinción y ascendencia en sus hijos. La primera fue la madre de Ya‘far Ibn Iahia, quien fue el uazîr (visir) del jalîfah Hârûn Ar Rashîd. La segunda fue la madre del Imâm Ash Shâfi‘î, quien nunca vio a su padre, pues falleció cuando todavía era una criatura, así que fue su madre quien cuidó de su educación.
Existen muchos otros ejemplos de brillantes mujeres en nuestra historia, mujeres que infundieron en sus hijos la nobleza de carácter y las semillas de la grandeza permaneciendo detrás de ellos, en todo lo que lograban alcanzar de poder y posición.
Utiliza los mejores métodos para educarlos
La mujer musulmana inteligente comprende la psicología de sus hijos y es consciente de sus diferencias en cuanto a actitudes e inclinaciones. Ella trata de penetrar en su inocente mundo e implantar las semillas de los valores nobles y las características meritorias, utilizando los mejores y más efectivos métodos de crianza.
La madre, naturalmente, está más cerca de sus hijos y se congracia con ellos para que sean sinceros y compartan sus pensamientos y sentimientos con ella. Ella se apresura a corregirlos y purificar sus pensamientos y sentimientos, teniendo en cuenta la edad del niño y su nivel mental. A veces juega y bromea con ellos, felicitándolos y dejándoles escuchar palabras de amor, afecto, compasión, y abnegación. De ese modo, su amor por ella se incrementará y así aceptarán sus palabras de guía y corrección afanosamente. Ellos obedecerán a su madre por el amor que le tienen, porque hay una gran diferencia entre la sincera obediencia que proviene del corazón, basada en el amor, el respeto y la confianza, y la falsa obediencia, basada en la opresión, la violencia, y la fuerza. La primera es una obediencia perdurable, fuerte y fructífera, mientras que la última es infundada y superficial, y rápidamente se desvanecerá cuando la violencia y la crueldad alcancen niveles extremos.
1 (Al Bujâri y Muslim), Ver Sharh As Sunnah, 10/61, Kitâb al imârah ua al qadâ', bâb ar râ‘i mas'ûl ‘an ra‘iiatihi.
2 Relatado por Al Bujâri en Al Adâb Al Mufrad, 1/371, bâb husn al juluq.
3 Relatado por Ahmad, 2/187, y por Abû Dâûd con un isnâd hasan, 1/193, Kitâb as salâh, bâb mata iu'mar al gulâm bi as salâh.
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